Muchas veces candidatos y empresas creen encontrarse el uno para el otro, casi como un clic desde la primer entrevista, y una vez laborando las cosas son como un sueño hecho realidad: por un lado, el empleo deseado, con el sueldo pretendido y prestaciones nada mal, horario... y por el otro, el empleado ideal, competente, cumplido, formal, etc.
Pero al paso de los meses, resulta que algo sucede y ya no es como pensábamos o deseábamos que fuera... Algo hay que no del todo nos hace felices (bien sea el empleado o el empleador) y "hay pleito hasta por una mosca", como dice el refrán.
Muchas veces, como líderes de una organización, no percibimos éstos cambios hasta que es demasiado tarde. Tal pareciera que de súbito un empleado deja de ser "bueno" y se convierte en "malo" (por así decirlo) y entonces comenzamos a buscarle un reemplazo. Otras tantas, como asociados de una empresa, comienza a derrumbarse ese ideal y "nos pesa el levantarnos cada mañana" para ir a laborar.
Les invito a realizar un ejercicio simple: Diariamente al inicio y al término de las labores, observen los rostros de quienes pasan por el portal de nuestra organización. ¿Podemos identificar quién viene con ánimo a laborar y quién no? Cuando se van ¿qué rostro llevan? Stephen Covey mencionaba que, al pasar a recoger a sus hijos después de un partido de basket, no necesitaba preguntar cómo les había ido en el juego... bastaba con ver sus rostros.
Seamos perceptivos en nuestras organizaciones para anticipar cualquier muestra de baja satisfacción de quienes laboramos allí... No esperemos al periodo anual de evaluación para dar o llevarnos sorpresas.
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